por Gonzalo Gallo, estudiante del Profesorado de Educación Tecnológica
Mi nombre es Gonzalo Gallo, soy estudiante del profesorado en Educación Tecnológica y voy a comenzar a contar mi historia en relación con la tecnología, haciendo enfoque en el internet y las redes sociales. Comenzaré por el origen de las redes sociales en mi época de acceso a la interconectividad. Todo empezó en el año 2009 cuando me encontraba en la escuela secundaria, ya se venía hablando con cierta fuerza de una red social llamada Facebook a la cual muchos medios de comunicación le atribuían ciertas dudas o fallas sobre la seguridad de la misma, la protección de los datos personales, etc.; y yo, que no soy muy confiado, desistí de hacerme una cuenta en aquel momento. La cuestión se hizo grande y muchos de mis amigos tenían una cuenta en la que publicaban fotos, comentarios y muchas vivencias de las cuales, después en las clases comentaban, lo que a mí me dejaba afuera de esas conversaciones, lógicamente. Empujado entonces por la necesidad de “pertenecer” (que todo adolescente siente y que además es normal), me vi en la obligación de hacerme una cuenta contra todos mis principios de seguridad informática que tanto defendía y así entré en el “mágico” mundo de las redes sociales en el que aún hoy estoy sumergido. Durante el año 2010 debo admitir que mi vida cambió drásticamente para mejor en cuestión de aceptación y actividad social y se lo debo atribuir, mal que me pese, a la actividad expuesta en Facebook, de este modo pasé a convertirme en “popular” o mínimamente identificado entre las personas de mi edad y entorno social.
Con el correr de los años, creyendo que ya era un tema pasado de moda, en el 2016 surge una nueva red llamada “Instagram” a la que otra vez, todo el séquito de mi entorno social empezó a mudarse dejando de lado el otro espacio ya “contaminado” por otros tipos de personas de otras edades, nuestros padres, para ser más precisos. Otra vez me encontraba corriendo de atrás en ese afán de “pertenecer” y ahora ya no siendo ningún adolescente perdido, sino que ya consciente de que no necesitaba para nada la aceptación de todos para poder dormir de noche, pero aun así la presión social y la maldita situación de quedarse afuera de las conversaciones con los amigos, me obligó a desistir de mis principios nuevamente y caer en la apertura de una cuenta en esta famosa red que tan alocados tenía a todos. Simplemente era el mismo formato que la otra, pero con pequeños cambios en la calidad de las imágenes que se podían subir. Otra vez mudar los contactos, las imágenes, verificar la privacidad y toda la pelota de cosas necesarias para abrir una cuenta de este tipo.
Con el paso del tiempo, ya en la actualidad, debo confesar que Instagram es un gran instrumento para la comunicación, la publicidad, el entretenimiento y exceptuando a Whatsapp, es el medio digital más utilizado en todo el mundo, más aún con la asociación ahora de las cuentas con su antecesor Facebook. El relato tranquilamente podría seguir sumando redes, porque en estos tiempos de cuarentena están surgiendo un montón de nuevas y la gente, por ocio o por corriente social, cae en ellas. El ejemplo perfecto es la tan demonizada “TIK TOK” a la que ni por dinero pienso entrar por mi cuenta, aunque por el enorme impacto social que tiene he sido víctima de amigos y familiares teniendo que participar en algunos de sus contenidos a punta de pistola.
A modo de conclusión, debo reconocer que la necesidad de los seres humanos de pertenecer y mantenerse en los grupos sociales predilectos, te llevan a doblegar tus valores para no quedarte afuera de la sociedad y esos sucesos que me ocurrieron a mí, le suceden a mucha gente y más todavía a adolescentes, por eso considero el diseño de la tecnología como un elemento capaz de formar valores nuevos y desechar viejos con total aceptación, incluso, de los que más tardan en caer en sus manos.
Esta es mi experiencia personal con la tecnología avasallante y los valores sociales vulnerados por ella consciente y constantemente.