Estudiar para enseñar y Educar para vivir

“Enseñe lo que enseñe y donde quiera que lo enseñe, un profesor siempre enseña algo a alguien” (Meirieu, 2006). Que mejor manera que empezar este artículo que con una frase del reconocido ensayista francés, Philippe Meirieu, de su libro Carta a un joven profesor: Por qué enseñar hoy. Y qué razón tiene, porque, docente que pasa por la vida de alguien, docente que deja huella.
“Maestro”, “profesor”, “docente” tantas maneras de darle nombre a aquel ser humano que da su vida por enseñar. En todas sus formas, alude a quien posee un deseo profundo por transmitirle, a otra persona, todo lo que sabe y ha adquirido en sus estudios previos. El dominio de los contenidos no da automáticamente las clases para su transmisión, porque a ello debe sumarse la competencia pedagógica de ese indiscutible educador. En la propia esencia del acto de enseñar se forja la educación del ciudadano y se construye una sociedad democrática, mediante la enseñanza de conceptos completamente ligados a la realidad inmediata, con la finalidad de preparar personas independientes, libres y capaces a futuro. No se trata de una educación «centrada en el saber», que se contenta por transmitir los conocimientos a individuos, quienes deben comprometerse a ellos de forma autónoma; sino que consiste en enfrentar una profesión «centrada en el alumno», que se dedica a ayudarlo a comprender y superar las obstrucciones en su andar. Esta figura a la que denominamos “maestro” debe permitirle a cada estudiante un saber que le sobrepasa, y proporcionarle ayuda para que lo interiorice. Sumado a esto, es vital un riguroso seguimiento de la asimilación de este sujeto en situación de aprendizaje. Y, por más que la tesitura se torne complicada, ese alumno debe poder seguir adelante de la mano de su referente.
En cada aprendizaje, el alumno enfrenta algo que lo supera. La verdadera enseñanza adopta a la vez el carácter inquietante del encuentro con lo desconocido y el apoyo que aporta la tranquilidad necesaria. Aprender quiere decir ver cómo se tambalean las propias certezas, sentirse desestabilizado y necesitar, para no perderse o desalentarse, puntos de referencia estables que solamente puede proporcionar un profesional educativo. Se debe poner el foco de atención en el proyecto de enseñar y en el acto de aprender tomados de la mano, como si fueran uno solo. Y, en base a esto, el docente debe conocer cómo aprende el alumnado, y, por lo tanto, preguntarse qué contenidos quiere transmitir. Se espera que proponga actividades accesibles pero difíciles, donde se requiera un esfuerzo real que le permita superar el obstáculo que se plantea. Citando nuevamente al ensayista, Philippe Meirieu (2006), “Hay que hacer surgir la motivación en el propio movimiento al trabajo. Hay que acompañar al alumno para que, progresivamente, halle placer en el trabajo asumido”.
El estudiante paulatinamente descubrirá que su universo va más allá de su familia para darse cuenta que no es el centro del mundo, y, al mismo tiempo, que hay otros como él, pero con opiniones, vivencias y culturas desemejantes. Y allí se despoja del individualismo y aprende a asumir el bien común a pesar de los intereses propios. Es aquí donde surge la pregunta ¿Qué significa estar juntos? “No es simplemente una cuestión, es LA cuestión” dice el investigador y docente, Carlos Skliar (2010), en su video SKLIAR | ESTAR JUNTOS. Estar juntos es lo opuesto a que se produzca un quiebre, donde cada quien desenvuelve su papel por su lado sin apoyarse en el “otro”. Los miembros de una institución educativa deben hacer hincapié en el trabajo colaborativo, en el cual los estudiantes están acompañados por el resto de sus compañeros y se brindan ayuda cooperativamente, fomentando un desempeño armonioso y de manera colectiva, evitando la exclusión.
Un verdadero dilema en el interior de las instituciones es que se habla mucho de las
“presencias”, pero poco de las “existencias”. En muchos casos se piensa que, con la presencia de “otro” ya es suficiente; pero no. Estar presente es solamente una posición material, por ello hay que pensar y trabajar para aclarar la “existencia” de los demás. La mayoría de los proyectos insisten en el “estar”, pero… ¿qué hacemos con ese “ser” en el “estar” educativo? Con el auge de la inclusión, muchos sujetos manifiestan haber “estado” allí, pero no necesariamente han “sido” allí. Si hay una buena presencia, el desafío por delante es cómo la pedagogía se vuelve interesante para cada existencia. Se hace énfasis en que el alumno asista al colegio, de “apartar” de una situación vulnerable a cada niño analfabeto para darle una oportunidad de insertarse en la educación. Pero poco se habla de que con la “presencia” no es suficiente si el individuo no se interesa por aprender. Se deben planear proyectos que lo integren al ámbito educativo, despertar ese interés en él por aprender, donde sea feliz, conviva con su entorno pacíficamente y se apoye en el otro; hay que hacer de la escuela un lugar en que los alumnos puedan “ser” y no solo “estar”.
Como conclusión, podemos decir que el docente cumple un rol fundamental en la vida del alumno: no solo le proporciona los saberes básicos, sino que también lo forma como ciudadano y lo prepara para la vida que le depara. Por más obstáculos que se crucen en su
camino, la figura educadora debe encargarse de rever su situación y acompañarlo en el proceso que una dificultad implica, propiciando, además, correctas técnicas de aprendizaje cooperativo
donde el estudiante pueda “ser” él mismo y no solo “estar”.

 

Autora: Guevara Peralta, Julieta Abril.
Carrera y año: Profesorado de Inglés – primer año. Asignatura: Práctica Docente.
Profesora: Baggio, Natalia.
Escritores citados: Philippe Meirieu, Carlos Skliar.

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