Escrito por la Lic. Natalia Benítez, profesora de la Tecnicatura Superior en Enfermería
Ingresamos al Hospital a las 5:40, es nuestro trabajo, lo que sabemos hacer y para lo que nos formamos. Nunca imaginamos vivir este momento, una Pandemia. Tuvimos que aprender a utilizar equipos de protección, para no exponernos al virus, con sensaciones de cansancio físico, mental y desgaste emocional. Los gorros aprietan con fuertes elásticos, los barbijos lesionan nuestras orejas y las escafandras contracturan nuestras cervicales. Vestidos así las horas son interminables. Se dificultan hasta las acciones más simples como tomar agua o atender un llamado. Me pregunto ¿cómo quedaremos cuando esto pase, como re armaremos nuestras mentes agobiadas? A las 11 de la mañana el cansancio es la palabra que se instaló en nuestro vocabulario, vino hace más de un año y decidió quedarse. Hacemos nuestro trabajo, sintiendo que queda más por hacer, que nunca es suficiente, que la calidad que deseamos nunca se alcanza. Hay un cambio de paradigma, un cambio en el cuidado de nuestros pacientes. Tuvimos que re armarnos y armar un sistema de Salud visiblemente fracturado por la falta de insumos y de recurso humano. Compartimos horas con personas que no conocemos, pacientes angustiados, con temor a lo que puede pasar, alejados de su entorno, de sus familias. Familiares a los que tratamos de calmar dándoles nuestros números de teléfonos para que puedan estar en contacto o saber de su gente, buscamos rescatar la humanidad que muchas veces se pierde en las terapias intensivas. Muchos de ellos mueren sin siquiera conocer nuestros rostros. La muerte se volvió cotidiana, pero no costumbre. Duele, cada una duele. Somos personas que sentimos, defensores de los derechos de los pacientes. Los profesionales de enfermería en conjunto con el equipo de salud, seguimos formándonos, trabajando por un fin común, cuidar a las personas. A las 14:00 hs finalizamos nuestras guardias, felices de irnos, (que no se mal entienda), es tanto el estrés, la impotencia y frustración que nos atraviesa, que el refugio de nuestro hogar es anhelado, esperamos el abrazo de nuestros hijos que no comprenden nuestros rostros apagados al llegar del trabajo. Pero siempre pensando que es un día menos para el final. Luego el silencio, el tratar de desconectarnos, de seguir nuestra vida diaria. Hasta que la alarma del despertador suena otra vez a las 5 de la mañana y comienza nuevamente la rutina, hacer lo que uno sabe, cuidar del otro. Nuestro deseo es que la sociedad actúe en consecuencia, no queremos aplausos, queremos un gesto de cuidado para uno mismo y para el otro. Pedimos empatía, hoy más que nunca, el recurso humano de enfermería es finito. Primera ola, segunda ola, nos preguntamos: ¿cuánto más?, ¿cuánto más resistirá este paupérrimo sistema de salud y estos cuerpos? ¿Qué debemos aprender? que enseñanza nos deja la Pandemia? ¿debemos replantear nuestras prioridades? ¿Sacó lo mejor de nosotros? Muchos interrogantes, pocas respuestas.